“El alma humana sin
cesar aparece modificada por sus relaciones por la fuerza, arrastrada, cegada
por la fuerza que sufre... los que saben discernir la fuerza, hoy como antes,
en el centro de toda historia humana, encuentra en él el más bello, el más puro
de los espejos”. Así como Simone Weil lo afirma, los personajes del teatro
griego se caracterizan por estar invadidos por una fuerza quizás superior a
ellos, una fuerza que les domina y les lleva a realizar los actos más heroicos
acompañados de un nefasto y único destino, su tragedia.
Cada acción es decisiva
para los personajes. Su vulnerabilidad se mezcla con la exasperación de lo
correcto y lo prohibido, de su deseo y su deber, se mantienen en constante
lucha con sus sentimientos: la virtud entra en conflicto con la virtud. Cargan
con ellos uno furia que desatan al desafiar el orden cósmico que les impide
conseguir la “paz” consigo mismos y su entorno, sin importar cuánto tengan que
sacrificar porque su hibris lo vale todo, incluso la muerte.
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